Tony


Victoria Eugenia de Battenberg (Ena) no olvidó sus raices inglesas nunca. Nieta de la Reina Victoria de la Gran Bretaña, fue educada bajo los auspicios de su abuela materna, pasando largas temporadas de su infancia en la isla de Wight. Es aquí donde Ena toma contacto con los numerosos perros que la Corte poseía. Dicha pasión por los animales nunca dejaría de acompañarla, hasta tal punto que, ya en España, su primera y única corrida de toros le resultó un espectáculo dantesco y cruel. España creó en ella esa doble ambivalencia de amor y odio que hasta hoy perdura. Su matrimonio, lejos de ser un cuento de hadas, se convirtió en una pesadilla marcada por la hemofilia de dos e sus hijos y las infedelidades de Alfonso XIII. Sólo sus paseos a caballo y sus perros consolaron su vida en la encorsetada corte que su Suegra María Cristina había instaurado al más puro estilo Austro-Húngaro. El exilio y las vicisitudes económicas nunca provocaron en la Reina la pérdida de su pasión por los animales, hasta tal punto que los últimos años de su vida en la villa de Lausanne, estuvieron acompañados por dos Teckels que alegraban las horas de la que, sin duda, fue una mujer nacida en una época que no se correspondió con la España de principios del siglo.XX. Dicen los que la vistaban que a sus Bassotti (como ella les llamaba) se les oía ladrar desde los jardines de la residencia. Apegados a su dueña, estuvieron presentes en las tertulias que se celebraban en sus salones. Miembros de la realeza de toda europa visitaron a S.M. Victoria Eugenia a lo largo de su amplio exilio y los Bassotti dieron buena fé de ello.. Y Ena.... como buena inglesa, no olvidó a su último Teckel en los días previos a su fallecimiento, Tony... que así se llamaba, fué entregado como su mejor legado a la que había sido su ahijada, Cayetana Fitz James Stuart y Silva, haciéndose constar así en el testamento que se abrió al poco de morir. Tony vivió largos años en el Palacio de Liria y descendientes suyos corretean por Madrid. Todo un legado para un País que nunca acabó de aceptar aquellas costumbres extranjeras de una Reina poco al uso.
Santiago Sarasa Armendáriz