La expulsión de los perros del territorio austral


El Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente (Madrid, 1991) dispuso el retiro de los perros de trineo del territorio de la Antártida, a partir de abril de 1994.
En agosto de 1991, los países con pretensiones territoriales antárticas se reunieron en Madrid, la voz cantante correspondió a los pretendientes ubicados cerca del polo opuesto, el ‘Primer Mundo’ impulsó entre otras ‘cositas’ impedir “hacer reclamaciones de soberanía hasta dentro de 50 años” y compele a “preservar el ecosistema”; obviando la injerencia de intereses foráneos en el destino nacional de los países, aludiendo pretextos proteccionistas.
El Tratado Antártico, puntualmente, dispuso “el retiro de perros polares del territorio austral”, cumplimiento efectivo antes de abril de 1994. La disposición se basó en el argumento del asesor del Scientific Committee on Antartic Research quién considera que “los perros transmiten el moquillo a las focas”, “son depredadores de las pingüineras” y “en su pelaje albergan parásitos capaces de alterar el equilibrio ecológico de la Antártida” (sic).
No hay mito ni leyenda que encuentre oposición cuando la superstición viene del ‘Primer Mundo’, es moderna y se autoproclama científica.

Pretextos pseudocientíficos
La medida contra los perros constituye un alegato pseudocientífco y falaz:
El moquillo canino (Distemper o enfermedad de Carré) no se transmite a las focas ni a ningún otro mamífero fuera del género Lupus-Canis, y si bien existe un moquillo de los pinípedos, son cepas virósicas distintas, como ocurre con el moquillo del gato (Panleucopenia) y del mono (Catarro de Fisher)
Todos los ejemplares de perro polar –de las bases argentinas General San Martín, al sur del círculo polárico, y Esperanza, en el extremo norte de la isla Trinidad- contaron siempre con vacunas contra el moquillo, aplicadas cuando cachorros (dos dosis), y un refuerzo anual cuando adultos (prevención que también cubre a la futura prole), e igual sistema han seguido las dotaciones caninas australiana, chilenas, británicas y rusas así también como los perros de expediciones sin base permanente.
Desde 1951, cuando la Argentina llevó sus primeros perros a la Antártida, nunca se declaró un caso de moquillo en aquel territorio y tampoco en los ejemplares de bases extranjeras.
Y a la inversa, los únicos cuadros de enfermedades caninas allí, correspondieron a las transmitidas por ¡focas y pingüinos! –parasitosis y dermatitis por picadura de pulgas.
En las pocas ocasiones en las que algún perro mató a un pingüino, y de ahí a “depredador de pingüineras” hay mucho número para imaginar, debe señalarse la enorme cantidad de estas aves en ese territorio –aves depredadoras del krill, y cuya superpoblación pingüínica produce enfermedades por hacinamiento, aunque un perro escapado de una base jamás podría reducir las pingüinaciones multitudinarias.
Similar sucede con las focas, al margen de que los perros sólo podrían cazar las enfermas o seniles, pues las otras huyen nadando.
Pero, añadir en los considerandos de la medida “que los perros fueron introducidos en el ecosistema y por ello ocasionan desequilibrio ecológico” autoriza –con idéntica lógica- a responder que los ecologistas no son oriundos de la Antártida, y sin embargo deciden el retiro de los canes. Disponen la suplantación de perros por tractores a gasolina privando a los integrantes de las bases australes de un asistente eficaz , al margen que ningún motor proporciona afecto, abrigo y compañía (¡curiosa concepción de la Naturaleza!). Y en su racismo zoológico determinan que la foca es una especie superior.
Cabe una última pregunta a los ‘proteccionistas’ y a los firmantes del Tratado Antártico: ¿Por qué en el Polo Norte los perros no contagian el moquillo a las focas?.
Sergio Grodsinsky
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